Mi mayor miedo

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Últimamente siento un pavor irremediable a que se vaya la luz. No hablo de miedo a la oscuridad, no. Esto es algo diferente. Se trata de un miedo incontrolable que hace que me suden las manos tan solo con pensar que ocurra. Se trata de la misma situación en que te encuentras cuando alguien se come el último trozo de hamburguesa que tienes en el plato antes de que te hayas enterado. Sí… andas saboreando cada bocado, pensando que nada malo puede ocurrir y en lo mucho que vas a disfrutar el último pedazo y…¡Zas! Desilusión, confusión, ira… todo se mezcla. Es un cóctel mortal.

El otro día escuché una historia que me puso los pelos de punta. Una chica de clase estaba descargándose el último disco de Hannah Montana. El porcentaje de descarga rozaba ya el 98% cuando ocurrió. La oscuridad lo invadió todo, el ruido del disco duro en plena tarea de almacenamiento se disipó tan rápido como una BlackBerry  se queda sin batería y ,entonces, lo de siempre: miedo, confusión, ira. La fórmula infalible. Dicen que desde entonces no ha vuelto a ser la misma.

Confieso que tengo miedo, miedo de verdad. Me imagino una y otra vez en mi cuarto, viendo en el ordenador el último capítulo de Lost, con el monótono ruido de la lavadora dando una y otra vuelta a calcetines y camisetas sucias, escuchando de lejos a mi hermano y el rasgueo sus dedos contra la guitarra acústica y, a mi espalda, la voz de mi hermana pegada al teléfono. A cualquier persona todo esto parecería molesto, pero para mí se trata de la sinfonía más armoniosa del siglo XXI. Me imagino así a mi misma, disfrutando como una niña, sin poder apartar los ojos de la pantalla y…de repente… Nada. No hay luz ni movimiento, ni color, ni ruidos desordenados, ni ropa girando sobre sí misma, ni era de la tecnología. Ni nada de nada. Durante una décima de segundo no se siente nada. Y pasado ese límite llega el miedo y tras el miedo llega la confusión y, tras la confusión, la ira.

Y ahora ¿Qué? Es entonces cuando el pavor toca su arista más alta y me veo lavando la ropa a mano, escuchando graznidos de estúpidos pájaros como si se tratase del comienzo de la película La Cenicienta, veo a mi hermano tocando el laúd y a mi hermana, en silencio, leyendo un libro. Es algo que me aterra. Es como viajar atrás en el tiempo y salir a pasear al campo, coger mariposas y flores, ir al río a pescar, mirar las estrellas por la noche… No hay la pantalla a la cual pegar los ojos, ni melodías de los Rolling que cantar, ni ese hablar sin mirar a la cara. No hay nada. Nada de lo que he aprendido ni sitio donde me sepa mover.

Delro