Hijos

Jamás os supe educar, amar, de esta forma, que ahora siento tan Libre, Auténtica, Bella y Apasionada.

Ahora, lo sigo intentando cada día aunque os parezca inutil o increible.

Y este poema de mi amigo Juan Ramón, «perdido» en la red , es mi mejor forma de expresarlo:

«Quiero darte lo que tengo,
sin importar lo que quede,
sin miedo a lo desmedido
de una medida infinita.
Quiero enseñarte hacia donde caminar,
cuando te encuentres perdido,
cuando dudes de lo digno de la tolerancia.
Para que seas puro en tu razones,
en tus creencias,
para que no odies, ni al odio.
Quiero proteger el mundo que tu decidas,
apoyar sin titubeo hasta aquello que no haría,
para que te sientas libre,
con derecho a equivocarte.
Sueño con darte detalles,
que te acerquen la sonrisa,
que te muestren la armonia de lo bello de la vida,
que te lleven al inicio del sitio de los felices.
Voy a ser el orgulloso reflejo,
de todo aquello que intentes.
Antes de venir al mundo ya me enseñaste a quererte,
ya despertaste las ganas de amarte sin condiciones,
porque me hiciste sentir hasta el dolor de ser poco,
de no merecerte, de no ser capaz.
Seré todo lo que quieras.
Querré todo lo que seas.
Quiero darte todo lo que tengo,
sin importar lo que quede.
Y cuando sólo sea un recuerdo,
recuerda lo que te quise.

Las Personas que admiro…

Nikon D90 400mm 1/200  f 20 ISO200. Admirando Solo. Bilbao

Las personas que admiro…»Estan en el mundo, forman parte de la vida de otras personas y comienzan su jornada sin alforja y sin sandalias.

Muchas veces son cobardes. No siempre actuan acertadamente.

Sufren por cosas inútiles, tienen actitudes mezquinas y, a veces, se juzgan incapaces de crecer.

No siempre estan seguras de lo que están haciendo. Muchas veces pasan noches en vela, creyendo que sus vidas no tienen sentido.

Por eso son «personas». Porque se equivocan. Porque se preguntan. Porque buscan una razon y, con seguridad, la encontrarán». O no, que mas da.

Gracias «Paulo Cohelo»

Mi mayor miedo

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Últimamente siento un pavor irremediable a que se vaya la luz. No hablo de miedo a la oscuridad, no. Esto es algo diferente. Se trata de un miedo incontrolable que hace que me suden las manos tan solo con pensar que ocurra. Se trata de la misma situación en que te encuentras cuando alguien se come el último trozo de hamburguesa que tienes en el plato antes de que te hayas enterado. Sí… andas saboreando cada bocado, pensando que nada malo puede ocurrir y en lo mucho que vas a disfrutar el último pedazo y…¡Zas! Desilusión, confusión, ira… todo se mezcla. Es un cóctel mortal.

El otro día escuché una historia que me puso los pelos de punta. Una chica de clase estaba descargándose el último disco de Hannah Montana. El porcentaje de descarga rozaba ya el 98% cuando ocurrió. La oscuridad lo invadió todo, el ruido del disco duro en plena tarea de almacenamiento se disipó tan rápido como una BlackBerry  se queda sin batería y ,entonces, lo de siempre: miedo, confusión, ira. La fórmula infalible. Dicen que desde entonces no ha vuelto a ser la misma.

Confieso que tengo miedo, miedo de verdad. Me imagino una y otra vez en mi cuarto, viendo en el ordenador el último capítulo de Lost, con el monótono ruido de la lavadora dando una y otra vuelta a calcetines y camisetas sucias, escuchando de lejos a mi hermano y el rasgueo sus dedos contra la guitarra acústica y, a mi espalda, la voz de mi hermana pegada al teléfono. A cualquier persona todo esto parecería molesto, pero para mí se trata de la sinfonía más armoniosa del siglo XXI. Me imagino así a mi misma, disfrutando como una niña, sin poder apartar los ojos de la pantalla y…de repente… Nada. No hay luz ni movimiento, ni color, ni ruidos desordenados, ni ropa girando sobre sí misma, ni era de la tecnología. Ni nada de nada. Durante una décima de segundo no se siente nada. Y pasado ese límite llega el miedo y tras el miedo llega la confusión y, tras la confusión, la ira.

Y ahora ¿Qué? Es entonces cuando el pavor toca su arista más alta y me veo lavando la ropa a mano, escuchando graznidos de estúpidos pájaros como si se tratase del comienzo de la película La Cenicienta, veo a mi hermano tocando el laúd y a mi hermana, en silencio, leyendo un libro. Es algo que me aterra. Es como viajar atrás en el tiempo y salir a pasear al campo, coger mariposas y flores, ir al río a pescar, mirar las estrellas por la noche… No hay la pantalla a la cual pegar los ojos, ni melodías de los Rolling que cantar, ni ese hablar sin mirar a la cara. No hay nada. Nada de lo que he aprendido ni sitio donde me sepa mover.

Delro

Welcome to the garbage mountain!

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‘Welcome to the garbage mountain!’  es lo que hombres, mujeres y chiquillos, enterrados entre montañas de basura, gritaban a Joseba Zabalza al verle entrar al basurero de Payatas, Guatemala, Manila, Antananarivo, Wewak, Buenos Aires… grandes urbes donde lo exótico de sus costumbres, paisajes, habitantes y sabores atrae a millones de turistas cada año. Turistas que probablemente se alojarán en hoteles con cuatro o cinco estrellas relucientes en sus fachadas, que pasarán horas en sus playas y consumirán la noche entre rumbas y salsas, turistas que pisarán la cara ‘limpia’ de estas ciudades, turistas que tomarán el sol sobre una media verdad.

En 1992, Joseba Zabalza se propuso fotografiar los mayores vertederos de Sudamérica y desenterrar del olvido a los miles de hombres y mujeres que viven enterrados en los desechos del mundo. Desde el 22 de diciembre de 2010 hasta el 13 de febrero de 2011 en la Sala de Armas de la Ciudadela se puede observar del resultado de la expedición y sobrecogerse entre imágenes que hablan por sí solas.

Viernes 4 de febrero, 18:30. En la galería hay unas seis personas más. Dos parejas de ancianos y dos mujeres cuya edad ronda los cincuenta años. Además hay un chico sentando frente a un ordenador que se encarga de contabilizar las visitas y de repartir hojas de información del fotógrafo. Según sus datos, hasta ahora la cifra se sitúa en 2889. Dice que no está nada mal, que es una de las exposiciones que más visitas ha recibido hasta ahora.

En blanco y negro y en tamaño 60×90 basura, chatarra, sonrisas sin dientes, pies descalzos y cicatrices abiertas se agolpan para mostrar al público la cara oculta de estos países.

La primera imagen nos transporta al basurero de Payatas (Manilla) donde la figura de un hombre bajo un paraguas, asciende un montón de basura. Andamos un poco más en la galería y nos encontramos frente a dos hombres, rodeados de chatarra, sujetando a otro por los brazos, mientras un tercero le propina una patada en el estómago. Unos pasos más allá se muestra, mediante un plano en picado, a una mujer llevando un colchón y varios cojines por las calles de Buenos Aires. Otras imágenes muestran grupos de niños jugando sobre un coches oxidados, adolescentes durmiendo sobre más montones de basura, mujeres descalzas recolectando objetos que pueden ser vendidos en un mercadillo de segunda mano y decenas de muros pintarrajeados que abrazan, aprietan sujetan y encierran su mundo.

Chamartín-Argüelles, Argüelles-Chamartín

Estaba cansado. Arrastraba los pies por la acera como si fuesen de plomo. Las canas revueltas, seis botones de la camisa huérfanos y un cigarro todavía sin encender entre sus dedos. Estaba cansado. Los ojos se perdían en cada una de las baldosas del suelo, que aún se estaban desperezando con los primeros rayos de sol de un Madrid que había amanecido ebrio. Sí, estaba cansado.

Se paró un momento y sacó de su bolsillo el mechero. Despacio, puso el pitillo entre sus labios y despacio dio la primera calada. Eran las 6:15 a.m, pero aún tenía tiempo. Todo el día. Todo el día para no hacer nada, todo el día para arrastrar los pies, para vivir despacio, para refrescar la boca con ginebra. Tenía todo el tiempo del mundo a sus pies, pero -en realidad- el mundo le estaba aplastando.

Metió sus manos en los bolsillos de la chaqueta en busca de unas perras gordas para el metro. Algo quedaba. Puto trabajo. Bajó las escaleras, tiró el cigarro y cogió el primer tren que pasó. Qué más da. Cerró los ojos, se tocó la barba, se miró los pies, miró a la gente. Miró a cada uno, a cada una. Todos iguales. Todos unos capullos. Todos trabajadores enfundados en sus trajes azules con la palabra ‘rutina’ escrita en sus frentes. Y como envidiaba él esas frentes…

Pensó un momento en aquella canción, esa que decía algo así como ‘¿Y si Dios fuese uno de nosotros, solo un extraño en el bus intentando hacer su viaje de vuelta a casa?’ Miró a cada uno de los pasajeros y se preguntó si alguno tendría cara de Dios, pero no encontró a ninguno. Miró también su rostro reflejado en la ventanilla y rezó por que, por el amor de una madre, Dios no tuviese esa cara. Pensó en qué hormiga, cuando van todas en fila, decide cual es la que va en primer puesto o cual va en el trescientos ochenta y dos. Pensó en por qué Tarzán, si vive en la selva, va siempre tan bien afeitado. Pensó en por qué, cuando miramos hacia arriba, abrimos la boca. Pensó en los calzoncillos de Superman y en por qué los lleva por fuera. Pensó en si Adán y Eva tendrían ombligos. Pensó en si cuando te haces una foto al lado de Mickey Mouse, el hombre de dentro del disfraz sonríe. Pensó también en ella. Pero esa es otra historia.

Chamartín, Manoteras, Hortaleza, Parque de Santa María, San Lorenzo, Canillas, Esperanza, Arturo Soria, Avda. de la Paz, Alfonso XIII, Prosperidad, Avda. de América, Diego de León, Goya, Velásquez, Serrano, Colón, Alonso Martínez, Bilbao, San Bernardo, Argüelles. ‘Ha llegado a su destino’. Mentira.

Las entrañas de Madrid, entre Chamartín y Argüelles, ese día le saludaron unas cuantas veces. Pero él iba y venía, y ellas no se cansaban de saludarle. Total, es lo que tiene el metro ¿No? Compras un ticket y te montas las veces que quieras… Le gustaba ese parque de atracciones tan particular. Además, a veces, en hora punta, también era un zoo. Un zoo con toda clase de animales con carmín o corbata. Era divertido. Pero ellos cobraban. Y él, no.

Delro

Carlos

Hoy, por fin, te he visto.
Me ha costado encontrarte, la verdad.
He buscado tu cara en decenas de rostros.
Ojos azules, marrones y verdes,
gestos familiares y extraños,
miradas llenas de no se qué
felicidad rara,
y vacías de lo mismo.

Te he buscado, no sé por qué,
así como desesperada.
Pasando página tras página
de libros de recortes
y segundos en blanco y negro.
Todo muy deprisa y muy despacio,
muy real y muy falso,
muy a color y muy monocromático.

He detenido la mirada,
ilusionada y desilusionada,
haciendo y deshaciendo
nudos mentalmente,
liando mantas a cabezas,
tachando y descartando gestos,
recordando y olvidando,
imaginando descampados.

He repasado nombres, edades, años
que ni siquiera conozco con certeza.
He hecho bocetos de rasgos imaginarios,
y pasado cientos de hojas
cortándolas con cuchillos.
Te he llamado Armando,
José María, Juan Pedro
y todos los nombres posibles.

Te he buscado y, por fin, te he encontrado.
Y has rasgado todos mis bocetos
y deshecho todos mis nudos
y partido los cuchillos
y quemado descampados.
Porque me ha pillado por sorpresa
encontrarte con los ojos brillando
y con la boca riendo.

»Por fin feliz» Carlos