Estaba cansado. Arrastraba los pies por la acera como si fuesen de plomo. Las canas revueltas, seis botones de la camisa huérfanos y un cigarro todavía sin encender entre sus dedos. Estaba cansado. Los ojos se perdían en cada una de las baldosas del suelo, que aún se estaban desperezando con los primeros rayos de sol de un Madrid que había amanecido ebrio. Sí, estaba cansado.
Se paró un momento y sacó de su bolsillo el mechero. Despacio, puso el pitillo entre sus labios y despacio dio la primera calada. Eran las 6:15 a.m, pero aún tenía tiempo. Todo el día. Todo el día para no hacer nada, todo el día para arrastrar los pies, para vivir despacio, para refrescar la boca con ginebra. Tenía todo el tiempo del mundo a sus pies, pero -en realidad- el mundo le estaba aplastando.
Metió sus manos en los bolsillos de la chaqueta en busca de unas perras gordas para el metro. Algo quedaba. Puto trabajo. Bajó las escaleras, tiró el cigarro y cogió el primer tren que pasó. Qué más da. Cerró los ojos, se tocó la barba, se miró los pies, miró a la gente. Miró a cada uno, a cada una. Todos iguales. Todos unos capullos. Todos trabajadores enfundados en sus trajes azules con la palabra ‘rutina’ escrita en sus frentes. Y como envidiaba él esas frentes…
Pensó un momento en aquella canción, esa que decía algo así como ‘¿Y si Dios fuese uno de nosotros, solo un extraño en el bus intentando hacer su viaje de vuelta a casa?’ Miró a cada uno de los pasajeros y se preguntó si alguno tendría cara de Dios, pero no encontró a ninguno. Miró también su rostro reflejado en la ventanilla y rezó por que, por el amor de una madre, Dios no tuviese esa cara. Pensó en qué hormiga, cuando van todas en fila, decide cual es la que va en primer puesto o cual va en el trescientos ochenta y dos. Pensó en por qué Tarzán, si vive en la selva, va siempre tan bien afeitado. Pensó en por qué, cuando miramos hacia arriba, abrimos la boca. Pensó en los calzoncillos de Superman y en por qué los lleva por fuera. Pensó en si Adán y Eva tendrían ombligos. Pensó en si cuando te haces una foto al lado de Mickey Mouse, el hombre de dentro del disfraz sonríe. Pensó también en ella. Pero esa es otra historia.
Chamartín, Manoteras, Hortaleza, Parque de Santa María, San Lorenzo, Canillas, Esperanza, Arturo Soria, Avda. de la Paz, Alfonso XIII, Prosperidad, Avda. de América, Diego de León, Goya, Velásquez, Serrano, Colón, Alonso Martínez, Bilbao, San Bernardo, Argüelles. ‘Ha llegado a su destino’. Mentira.
Las entrañas de Madrid, entre Chamartín y Argüelles, ese día le saludaron unas cuantas veces. Pero él iba y venía, y ellas no se cansaban de saludarle. Total, es lo que tiene el metro ¿No? Compras un ticket y te montas las veces que quieras… Le gustaba ese parque de atracciones tan particular. Además, a veces, en hora punta, también era un zoo. Un zoo con toda clase de animales con carmín o corbata. Era divertido. Pero ellos cobraban. Y él, no.
Delro